En 1985, se descubrió un «agujero» en la capa de ozono por encima de la Antártida y este descubrimiento llamó la atención de la comunidad internacional. Ese mismo año, los efectos nocivos de determinadas sustancias sobre la capa de ozono (en particular los clorofluorocarbonos) fueron reconocidos oficialmente por primera vez en la Convención de Viena.
La Convención de Viena fue firmada el 22 de marzo de 1985 por 28 países de la Comunidad Europea, pero no incluyó sanciones y presumió que otros protocolos completarían la lucha posteriormente.
Y con este objetivo el 16 de septiembre de 1987 se firmó en Montreal un protocolo relativo a las sustancias que agotan la capa de ozono y entró en vigor en 1989.
El Protocolo de Montreal establece, en particular, la eliminación gradual de los CFC (clorofluorocarbonos).
Hoy en día, los CFC están prohibidos a excepción de cantidades muy pequeñas consideradas esenciales para algunas aplicaciones muy específicas.
El Protocolo de Montreal se reforzará con cuatro enmiendas:
Londres 1990, Copenhague 1992, Montreal 1997 y Beijing 1999.
Hasta la fecha, más de 190 países han firmado el Protocolo de Montreal.